LOS COLEÓPTEROS
DE LAS
RUINAS
Estos negros filósofos huraños,
de fuertes patas y de antenas finas,
gozan la verdad de nuestros años,
lascivos en sus ansias masculinas.
¡Extraños,
los coleópteros de las ruinas!
Tienen fuertes artejos
los tentáculos largos de sus patas.
Con ellos trepan por los muros viejos
y pos los troncos de estas pobres matas.
Entre los torreones derruidos,
sobre la calma de las aguas muertas
del foso, en las alturas dominantes,
estos negros y fieros
guerreros de corazas quitinosas
surcan las piedras tristes
y las hierbas humildes de las grietas
con el desdén infatuo que las cosas
que andan sienten por las cosas quietas.
Y el abdomen, curvado
con la elegancia de una mandolina,
lo llevan revestido e indurado
por una negra capa de quitina,
que, sin otra armazón que les proteja,
les provee de escudo y de loriga,
sin que romperlo al combatir consiga
el aguijón agudo de la abeja
ni las fuertes maxilas de la hormiga.
Y sus hembras hermosas,
aún más curvadas elegantemente,
se entregan al amor voluptuosas
con una languidez adolescente.
Ocupación: la lucha en el verano,
con un adarme de filosofía
cuando por el invierno el viento vano
gime en el torreón su sonería.
Anárquicos, desdeñan los progresos
del moderno y brutal colectivismo
con una religión: la de los besos;
con un solo ideal: el de sí mismo.
Así pasan la vida estos huraños
filósofos de eclécticas doctrinas.
¡Extraños,
los coleópteros de las ruinas!
Dámaso Alonso
Cuadro de Miguel O. Menassa