ELEGÍA
Esos
cuerpos que alguna vez latieron en mis brazos
cuando
el sol era un lento reverbero en su piel,
cuando
sus cabelleras se volcaban como oleadas de fiebre y de nostalgia,
ahora
perduran sólo como una vibración
o
una angustia indeleble en el fondo del alma
mientras
va la gaviota por las playas.
relucen
ya tan lejos llenos de tentaciones desesperadas,
se
irisan en la espuma del mar,
llaman
con el recuerdo de su piel y su aliento
y
vuelven a hechizarnos como lagos dormidos
o
tibias sombras prisioneras de la tierra.
Fueron
cuanto tuvimos de más ardiente y hondo
-los
dones más intensos de este mundo-,
arrasaron
al corazón con las más altas llamas
hasta
dejarnos en un ciego abandono
a
orillas de su huella de brasas invisibles.
Cuerpos
enamorados que una vez fueron míos,
palpitando
con sus tiernas reverberaciones,
con
la inolvidable tersura de sus espaldas
y
sus bocas ansiosas, sus muslos de esplendor y mediodía.
Así
abrieron de par en par el mundo,
llamaron
a la tormenta y al relámpago, se deslizaron
por
todos los rituales de la pasión,
y
fueron arrastrados por la vorágine de los días
hasta
perderse silenciosamente
como
todos los dones más altos de esta vida
en
el voraz horizonte donde nos extraviamos como niños errantes,
como
todas las dádivas para siempre fugaces
que
el azar y el destino nos dieron un instante.
Enrique
Molina
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