EL VIAJERO
Le
conocí en un muelle,
buscando
la ola perfecta
para
pedirle un deseo.
Era
acogedor como un viejo
camino,
poblado de pinos y
ecos
nostálgicos
Tenía
una guitarra, cuyas
historias
le habían hecho
solitario
y en su mirada
tenía
impregnada la soledad
de
las calles de madrugada.
Durante
cuatro noches calmó
el
frío de mis manos moradas
con
su aliento, el aliento de lo
desconocido.
Y sin apenas mirarme
buscaba
entre mi pelo una varita.
Nos
vimos en playas solitarias,
llenos
de sal y arena; y nos
mareamos
de tanto girar en los
anillos
de Saturno.
Sus
labios estaban poblados de
ceniza
y se negaban al presente,
enviaba
cartas a un fantasma
y
las guardaba en una cabina roja.
Se
unió al baile de la
incoherencia,
decapitado. Porque
creía
que allí habitaba el amor,
la
libertad y lo verdaderamente
cotidiano.
Sabía
que debía aprender a
vivir
en otra edad, en otro
tiempo,
con su fantasma como
saldo.
Me
mostró las ráfagas de viento
del
norte y desde el muelle
Le ví alejarse, surcando
la
debilitada sombra
de
las olas.
Integrante de los Talleres de Poesía Grupo Cero de Alcalá de Henares
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