EL GUARDADOR DE REBAÑOS
Desde la ventana más alta
de mi casa,
con un pañuelo blanco digo
adiós
a mis versos, que viajan
hacia la humanidad.
Y no estoy alegre ni
triste.
Ése es el destino de los
versos.
Los escribí y debo enseñárselos
a todos
porque no puedo hacer lo
contrario
como la flor no puede
esconder el color,
ni el río ocultar que
corre,
ni el árbol ocultar que da
frutos.
He aquí que ya van lejos, como
si fuesen en la diligencia,
y yo siento pena sin
querer,
igual que un dolor en el
cuerpo.
¿Quién sabe quién los leerá?
¿Quién sabe a qué manos irán?
Flor, me cogió el destino
para los ojos.
Árbol, me arrancaron los frutos
para las bocas.
Río, el destino de mi agua
era no quedarse en mí.
Me resigno y me siento
casi alegre,
casi tan alegre como quien
se cansa de estar triste.
¡Idos, idos de mí!
Pasa el árbol y se queda
disperso por la Naturaleza.
Se marchita la flor y su
polvo dura siempre.
Corre el río y entra en el
mar y su agua es siempre la
que fue suya.
Paso y me quedo, como el
Universo.
Fernando Pessoa
Cuadro: "Ajeno a las distancias" de Miguel Oscar Menassa
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