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jueves, 24 de julio de 2025

LA IMAGINACIÓN ABRE SUS VERTIGINOSAS TRAMPAS

 


LA IMAGINACIÓN ABRE SUS VERTIGINOSAS TRAMPAS

 

Ahora entre tú y yo hay un mantel rasgado

-el albatros doméstico abatido en mitad de su inocente vuelo-

que adquiere de repente la forma de un glaciar,

una casa que avanza con las luces trizadas y un cuchillo

clavado en el costado

y se funde y no es más que un reguero miserable de lágrimas

sin reversión y sin destino,

sin ningún tribunal al que apelar como no sea al juicio de la muda intemperie

-¿y para qué? ¿y para quién la indignidad de un centro

[sobre tierras baldías?-,

y en el que aún es posible distinguir,

separando las nieblas afanosas de los últimos años,

escenas que iluminaron como lámparas los rincones del alma

con un fulgor insomne que será en adelante la inextinguible luz de la condena dondequiera que me acompañe la tiniebla,

dondequiera que husmeen nuestros perros huellas de paraísos ya perdidos,

osarios indefensos del amor,

como en esas ciudades fundadas cada vez sobre la sal

[de nuestros sacramentos,

aquellas que venían a ver salir el sol en nuestro pan y la luna en nuestro vino,

y que alzan aquí, ahora, entre los dos,

sus bellísimos rostros mutilados por el rayo implacable

[de la extremaunción,

esos muros que corren deslizando la sombra de un abrazo hacia jamás,

a lo largo de calles que son en este día calles para salir,

sólo para salir irremisiblemente,

lo mismo que aquel negro laberinto en torno de la fuente

[de Viterbo,

el anuncio sombrío,

como la floración errónea en el jardín

y la ráfaga de murciélagos triunfando sobre un ciclón de

[cartas desgarradas

que exhalan todavía un sollozo final que fue canción,

antes de consumirse en ese pentecostés con llamas de

[exterminio

-¡tanta alquimia al revés!-

y caer como cae una llovizna de oro trasmutada en cenizas

[y en adiós

en estas habitaciones donde tan sólo bajan las mareas

arrastrando monedas desgastadas,

objetos que perdieron definitivamente su nombre y su sentido,

despojos imprecisos atados con las guirnaldas rotas de la fiesta

-todo lo que ya es inventario de polvo, reclamo de naufragio,

allá, en las canteras vertiginosas de la resurrección-,

alrededor de unas inciertas ropas confundidas que se inflan de pronto

y dejan escurrir nuestros cuerpos de arena por la desgarradura de este mismo

mantel,

irreparable para siempre, desde ahora.

 

Olga Orozco

Cuadreo: "Meterse en el corazón de la ciudad" de Miguel O. Menassa

 

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