IMPLORAR AUXILIO, DESPUÉS LA MUERTE TE ACOMPAÑA.
En
un tablero impreciso
somos
esa baraja de naipes
a
expensas del viento,
que
cada cual lanza a su antojo,
derrama
sin medida, ni cautela…
y
revela al unísono
los
más queridos versos.
Ensalzan
el tono,
dan
el siguiente aviso,
ya,
todos los muertos
descubren
su rostro,
y,
en la desnudez de una estampa malograda
andamos
perdidos,
refugiados
huimos plorando auxilio.
Sin
recato y en la burla,
desde
las más innobles promesas,
enajenan
las almas al mejor postor,
enlazan
la mirada en propósitos de acero,
cubren
en el rostro, la sonrisa de otros.
Con
el mismo semblante
engalanan
todos los brotes de la vereda,
el
deseo que desprende
anuda
un mismo aroma,
y,
si les das la espalda,
lapidan
tu llanto, seducen
a
aquel niño que en la senda
anhela
el ramillete para adornar
otro
instante.
Para
que esa estrella brille tan fuerte,
vela
siempre, qué dedo apunta tu espalda,
con
cautela, arroja la moneda de doble cara.
Antes
de que nos viertan en un tablero incierto
y
seamos naipes para enriquecer su jugada,
levanta
el vuelo,
que
las palabras caigan desde un cielo,
halladas
escritas en otro tiempo.
baraja
otro momento, emprende un nuevo recorrido,
sin
miedo, sin pensar que noche o que día,
ni
si la estrella que creías brillará esa noche,
si
por aquella ventana cruzará un amor…
si
en el reino de los cielos vivirás desnudo,
si
tu canto se escuchará en aquel lugar.
Esas
horas en las que el tiempo da cuenta de una grata historia,
esas
manos que acarician como seda la ternura de la piel,
ese
aroma que da preludio a la mañana,
esos
momentos… pueden existir.
Después
con la escritura, aparecen las tardes de ternura y sosiego,
las
manos posan su obra ante el altar
alcanzan
la luna, se disipan en una estrella fugaz,
rompen
los pasos en el hielo de las cenizas
donde
la muerte descansa en paz.
Esther
Núñez Roma
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