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miércoles, 31 de diciembre de 2014

Poemas Recital 15 de diciembre de 2014


LA OSCURIDAD

No pretendas encontrar una solución. ¡Has mantenido
     tanto tiempo abiertos los ojos!
Conocer, penetrar, indagar: una pasión que dura lo que
     la vida.
Desde que el niño furioso abre los ojos. Desde que rompe
     su primer juguete.
Desde que quiebra la cabeza de aquel muñeco y ve, mira
     el inexplicable vapor que no ven los otros ojos hu-
     manos.
Los que le regañan, los que dicen: “¿Ves? ¡Y te lo aca
     bábamos de regalar!...”
Y el niño no les oye porque está mirando, quizá está oyen-
     do el inexplicable sonido.

     Después cuando muchacho, cuando joven.
El primer desengaño. El primer beso no correspondido.

     Y luego de hombre, cuando ve sudores y penas, y trá-
   fago, y muchedumbre.
Y con generosos corazón se siente arrastrado
y es una sola oleada con la multitud, con la de los que
     van como él.
Porque todos ellos son uno, uno solo: él; como él es
     todos.
Una sola criatura viviente, padecida, de la que cada uno,
     sin saberlo, es totalmente solidario.

Y luego, separado un instante, pero con la mano ten-
     tando el extremo vivo donde se siente y hasta donde
     llega el latir de las otras manos,
escribir aquello o indagar esto, o estudiar en larga vigilia,
para con las primeras turbias gafas ante los ojos, ante
     los cansados y esperanzados y dulces ojos que siem-
     pre preguntan.

Y luego encenderse una luz. Es por la tarde. Ha caído
     lentamente el sol y se dora el ocaso.
Hay unos salpicados cabellos blancos, y la lenta
cabeza suave se inclina sobre una página.

Y la noche ha llegado. Es la noche larga.
Acéptala. Acéptala blandamente. Es la hora del sueño.
Tiéndete lentamente y déjate lentamente dormir.
Oh, sí. Todo está oscuro y no sabes. Pero ¿qué importa?
Nunca has sabido, ni has podido saber.
Pero ya has cerrado blandamente los ojos
y ahora como aquel niño,
como el niño que ya no puede romper el juguete,
estás tendido en la oscuridad y sientes la suave mano
     quietísima,
la grande y sedosa mano que cierra tus cansados ojos vi-
     vidos,
y tú aceptas la oscuridad y compasivamente te rindes.


Vicente Aleixandre
España 1898-1984
De “Historia del corazón”

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